lunes, 23 de abril de 2012

La casa del obispo

Como a mi primo le gustan mucho las historias sobre fenómenos paranormales, un día le hablé de la leyenda que circula entre las gentes de mi pueblo sobre la "casa del obispo".
Cuentan que, cuando los franceses mataron al obispo Álvarez de Castro, las escaleras de la casa quedaron tan manchadas con la sangre derramada que por mucho que se limpien la mancha permanece.
Mi primo quiso comprobar en persona lo cierto de esta leyenda, dado que todos los habitantes de Hoyos la daban por verdadera, y se acercó hasta la casa. No pasó mucho tiempo desde que localizó la mancha hasta que sintió un intenso escalofrío por todo el cuerpo al comprobar todo lo que yo le había contado.
Desde entonces, cada vez que viene al pueblo, evita pasar cerca de la casa, porque, lo mismo que el resto de vecinos, siente, de manera inexplicable, que allí ocurre algo raro.

martes, 10 de abril de 2012

Atrapados

Dicen las voces del pueblo que, hace años, llegaron a Hoyos muchos mineros para buscar oro en una montaña de la zona. Procedían de distintos pueblos de la Sierra de Gata y esperaban prosperar, pues el trabajo estaba muy bien pagado. No pudieron contratarlos a todos, pero los vecinos del lugar creen que los que se quedaron sin trabajo fueron los que realmente tuvieron suerte.
Los mineros comenzaron la excavación con la ilusión de un futuro mejor, sin embargo, pasaban los días, largos y duros, y el oro no aparecía. Los trabajadores apenas descansaban, pero los propietarios de la explotación exigían más y más trabajo, porque cada día que pasaba sin encontrar nada, suponía innumerables pérdidas. Tal era su desesperación, que fijaron un plazo para encontrar oro; si en dos días no lo hallaban, la mina dejaría de ser explotada.
Los mineros, temerosos de quedarse sin trabajo, se atrevieron a adentrarse en lo más profundo de la excavación y un desprendimiento de piedras taponó la entrada y la salida de la mina. Tras varias noches allí encerrados, sin comida, sin agua, sin aire, murieron irremediablemente, creyendo que nadie se había preocupado de socorrerlos.
Cuenta la leyenda que, desde entonces, cada vez que alguien ronda por el lugar de madrugada, puede oír los gritos desesperados de los mineros olvidados que se lamentan de su suerte.
Nazaret Párraga Torres